Cuando el Partido Nazi tomó el poder en 1933, la economía de Alemania ya se había recuperado bastante del desastre económico originado por el Tratado de Versalles pero aún sufría en parte los efectos de la Gran Depresión iniciada en EE. UU. en 1929 y que también había perjudicado severamente el comercio exterior alemán. Entre 1934 y 1937, la Alemania nazi gozó de excelentes estándares de vida para la clase obrera y media, se iniciaron importantes trabajos de comunicación vial (carreteras) y edificios ostentosos. Si bien el Partido Nazi acaparaba todo el poder político, permitió que el capitalismo siguiera siendo aplicado en Alemania y no expropió la propiedad privada, dejando a las empresas privadas germanas continuar sus actividades. No obstante, el régimen de Hitler impulsó una enorme intervención del Estado en la economía ya sea creando empresas estatales de servicios como fijando
controles de precios y reglamentando toda actividad de las empresas privadas, de tal manera que las empresarios alemanes debieron seguir las directivas gubernamentales para así conservar sus propiedades y riquezas, pues de lo contrario podían ser considerados también opositores al régimen y sufrir la respectiva represión.
Sin embargo, gran parte de la economía del Tercer Reich se había orientado hacia el armamentismo y en especial para preparar una eventual guerra con las naciones eslavas, en vez de dirigirse a producir bienes de consumo o hacia una expansión comercial. No obstante, la concentración de capital en la industria de armas favoreció una rápida expansión de la capacidad industrial germana y ayudó a reducir los niveles de desempleo.
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